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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Estrategia. Liddell Hart

Estrategias de Occidente > Genios de la Estrategia

El Capitán Liddell Hart, fue oficial en la Primera Guerra Mundial, quedó incapacitado por la acción de los gases y se dedicó a extraer conclusiones de la absoluta incompetencia de los generales de esa guerra (excepto de los de Oriente).

Genial pensador y estratega, fue reconocido como maestro por Rommel, Von Manstein y Guderian. En la Segunda Guerra Mundial fue asesor personal de Churchill para estos temas. Formaba parte del grupo de los consejeros transgeneracionales británicos: T.E. Lawrence, Robert Graves y B.H. Liddell Hart, que eran colegas y sin embargo amigos.

Aunque la guerra es contraria a la razón, pues es un medio de llegar a una solución por la fuerza cuando el debate no consigue producir una solución acordada, el desarrollo de la guerra debe ser controlado por la razón si se quieren alcanzar sus objetivos, ya que:

1/ Aunque luchar es un acto físico, su dirección es un proceso mental. Cuanto mejor sea la
estrategia, más fácil y menos costoso será conseguir el objetivo.

2/ Por el contrario, cuanta más fuerza se invierte, más aumenta el riesgo de que el equilibrio de la
guerra se vuelva en contra; e incluso si se consigue la victoria, menos fuerzas quedarán disponibles para aprovechar la paz.

3/ Cuanto más brutales sean los métodos, más resentidos estarán los enemigos, con lo que, naturalmente, endurecerán la resistencia que se trata de vencer; por lo tanto, cuanto más emparejados en fuerza estén ambos bandos, más inteligente será evitar extremos de violencia que tiendan a consolidar las tropas y el pueblo enemigo tras sus líderes.

4/ Estas consideraciones se amplían aún más. Cuanto más se intenta aparentar imponer una paz totalmente propia, mediante la conquista, mayores son los obstáculos que surgirán por el camino.

5/ Además, cuando se consigue el objetivo militar, cuanto más se exija del bando vencido, más problemas se producirán y más motivos se brindarán para tratar de invertir la situación a la que se ha llegado mediante la guerra.

La fuerza es un círculo vicioso -o mejor, una espiral- salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado. Así, la
guerra, que comienza por negar la razón, viene a reivindicarla a lo largo de todas las fases de la lucha.

El instinto de lucha es necesario para conseguir el triunfo en el campo de batalla -aunque incluso aquí el combatiente que puede mantener la sangre fría tiene ventaja sobre el hombre que "lo ve todo rojo"-, pero siempre debe llevarse con las riendas bien tirantes. El hombre de estado que se deja vencer por ese instinto, pierde la cabeza y deja de estar capacitado para regir los destinos de una nación.

La victoria, en el verdadero sentido de la palabra, supone que el estado de paz, y del propio pueblo, es mejor tras la
guerra que antes de ella. La victoria en este sentido sólo es posible si puede conseguirse un resultado rápido, o si un gran esfuerzo puede estar económicamente proporcionado a los recursos nacionales. El fin debe ajustarse a los medios. Si no existen buenas perspectivas para una victoria de este tipo, el hombre de estado inteligente no debe perder la oportunidad de negociar la paz. La paz conseguida por tablas, basada en el reconocimiento de cada bando de la fuerza del bando contrario, es, como mínimo, preferible a la paz conseguida por el agotamiento mutuo, y a menudo ha ofrecido mejores bases para una paz duradera.

Es más sensato correr el riesgo de la
guerra con tal de preservar la paz que correr el riesgo de agotamiento en la guerra con tal de terminar con la victoria, una conclusión contraria a lo que suele ser habitual, pero avalada por la experiencia. La perseverancia en la guerra sólo está justificada si hay buenas oportunidades de llegar a buen fin, es decir, posibilidades de conseguir una paz que equilibre la suma de desgracias humanas producidas durante la lucha. Profundizando en el estudio de anteriores experiencias, se llega a la conclusión de que las naciones podrían haberse acercado más a su objetivo político si hubieran aprovechado una interrupción de la lucha para discutir un acuerdo que al haber continuado la guerra con el objetivo militar de la "victoria".

La historia también revela que en muchos casos podría haberse conseguido una paz beneficiosa si los hombres de estado de las naciones contendientes hubieran mostrado mayor comprensión de los elementos de psicología de sus "sensores" de paz. Con frecuencia su actitud ha sido muy similar a la observada en las típicas peleas domésticas: cada una de las partes teme aparentar darse por vencida, por lo que, cuando una de ellas muestra alguna inclinación hacia la conciliación, suele expresarla en un lenguaje demasiado duro, y es probable que la otra tarde en responder, en parte por orgullo u obstinación y en parte por una tendencia a interpretar el
gesto como signo de debilidad, cuando es posible que sea signo de una vuelta al sentido común. Así, el momento crucial pasa, y el conflicto continúa con daño para ambos. En raros casos la continuación sirve para nada bueno cuando ambas partes están condenadas a vivir bajo el mismo techo. Esto es aún más aplicable a la guerra moderna que a un conflicto doméstico, pues la industrialización de las naciones han hecho sus destinos inseparables. Es responsabilidad de los hombres de estado no perder nunca de vista las perspectivas de posguerra cuando persiguen el "espejismo de la victoria".

En los casos en que ambas partes están demasiado equilibradas para ofrecer una oportunidad razonable de triunfo rápido a cualquiera de ellas, el hombre de estado inteligente aprenderá algo de la psicología de la
estrategia. Un principio elemental de estrategia es aquél según el cual si hallas a tu oponente en una posición fuerte, difícil de forzar, debes dejarle una línea de retirada como la forma más rápida de debilitar su resistencia. También debe ser un principio de política, especialmente en la guerra, ofrecer al enemigo una escalera por donde pueda bajar.

Puede caber la duda sobre si estas conclusiones, basadas en la historia de las
guerras entre los llamados estados civilizados, pueden aplicarse a las condiciones inherentes a la renovación del tipo de guerra puramente predatoria librada por los asaltantes bárbaros del Imperio romano, o por la mezcla de guerra religiosa y predatoria desarrollada por los fanáticos seguidores de Mahoma. En tales guerras toda paz negociada suele tener en sí un valor aún menor del normal (la historia demuestra claramente que los estados raras veces se mantienen fieles mutuamente, salvo en la medida en que sus promesas les parezcan compatibles con sus intereses). Pero cuanto menos se ha preocupado una nación de sus obligaciones morales, más tiende a respetar la fuerza física (el poder disuasorio de una fuerza demasiado grande para ser desafiada con impunidad). De la misma forma, en el plano individual todo el mundo sabe que el fanfarrón y el camorrista dudan en atacar a alguien cuya fuerza es parecida a la suya (más que un tipo pacífico en enzarzarse con un atacante más fuerte que él).

Es una tontería imaginar que podamos comprar a los tipos agresivos (o en lenguaje moderno, "apaciguarlos"), sean individuos o naciones, ya que el pago de un rescate estimula la exigencia de otro. Pero pueden ser sometidos. Su propia creencia en la fuerza los hace más vulnerables al efecto disuasorio de una fuerza opositora de grandes proporciones. Esto constituye un control adecuado, excepto contra el puro fanatismo, aquél que no está mezclado de "codicia".

Aunque es difícil llegar a una verdadera paz con los tipos predatorios, es más fácil inducirles a aceptar un estado de alto el fuego, y mucho menos agotador que intentar aplastarlos, ya que están, como todos los tipos de seres humanos, imbuidos del coraje de la desesperación.

La experiencia de la historia brinda muchas pruebas de que la caída de los Estados civilizados se produjo, no por los ataques directos de enemigos, sino por su decadencia interna, combinada con las consecuencias del agotamiento bélico. Un estado de incertidumbre es difícil de soportar, y a menudo ha llevado al suicidio a las naciones y a los individuos por su incapacidad para soportarlo. Pero la incertidumbre es mejor que llegar al agotamiento tratando de conseguir el espejismo de la victoria. Además, un alto en las hostilidades permite una recuperación y un desarrollo de las fuerzas, mientras que la necesidad de vigilancia ayuda a mantener una nación "en guardia".

Las naciones pacíficas son propensas, sin embargo, a correr peligros innecesarios, ya que cuando surge uno de ellos se sienten más inclinadas que las naciones predatorias a llegar a situaciones extremas. Éstas, sin embargo, al hacer la
guerra como medio de ganar, suelen estar más dispuestas a abandonarla cuando encuentran a un oponente demasiado fuerte para ser vencido fácilmente. Es el luchador poco dispuesto, impulsado por la emoción y no por el cálculo, el que suele continuar la lucha hasta el límite más duro y, por ello, no suele conseguir su fin, aunque no llegue a perder directamente. El espíritu de barbarie sólo puede debilitarse durante el alto en las hostilidades; la guerra lo fortalece añadiendo leña al fuego.”

Mas información en http://elartedelaestrategia.blogspot.com/2010/08/8-maximas-de-estrategia-segun-liddell.html

B.H. Liddell Hart. “Estrategia: la aproximación indirecta”. (Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría Gral. Técnica, D.L. 1989)

El Arte de la Guerra y la Estrategia


Estrategias desde la antigüedad hasta el presente explicadas de forma sencilla.

- Cómo vencer sin luchar.
- Estrategas y estratagemas.


Este libro sobre el arte de la guerra y la estrategia le va a ser muy útil porque trata sobre la lucha y el conflicto. Puesto que a lo largo de nuestra existencia
todos entramos en pugna con otras personas, es bueno conocer la estrategia para resolverlos. La estrategia preferible de hacerlo es la negociación, pero no siempre funciona.

Si elige participar en un conflicto, lo mejor es ganar cuanto antes con el mínimo daño propio y a ser posible, del adversario.

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