Mente. Nos vemos mejor de lo que somos
Cuando hablamos de lo que somos, nos referimos al conjunto de características físicas y psíquicas que hacen que cada uno de nosotros sea único y diferente. Pero, ¿somos capaces de vernos como somos realmente? La respuesta es que no. La mayoría de la gente “normal” –aquellos que no sufren patologías graves en la percepción de su imagen– se ve mejor de lo que es. “Nos vemos como si nos miráramos a través de gafas con cristales rosa”, asegura el profesor de Psicología de la Personalidad de la Complutense, Jesús Sanz. Según Sanz, “cuando se les pide a las personas que se describan con diversos adjetivos positivos y negativos, la mayoría suele usar más los primeros que los segundos. Alrededor de un 70% de positivos contra sólo un 30% de negativos”.
En esa apreciación coinciden los expertos que trabajan con la percepción de la imagen. El cirujano plástico Javier de Benito defiende esa misma opinión: “Si no tuviéramos fotos de cuando éramos jóvenes, creeríamos que estamos igual. Y lo cierto es que tenemos menos pelo, más arrugas... Es una ventaja de nuestra memoria: tendemos a olvidar aquello que no nos hace muy felices”.
Pero no es la memoria lo único que nos crea una imagen distorsionada de nosotros mismos. Para empezar, es físicamente imposible tener una imagen real de nuestro propio cuerpo. Las opciones para vernos son el espejo, las fotografías y las películas. En esos casos, la imagen es plana y no tridimensional. Además, en el espejo, que es el que habitualmente nos refleja, aparece invertida. Ni nos vemos como somos ni como nos ven los demás. Eso que ocurre con la imagen física sucede también con la voz. ¿Por qué cuando oímos nuestra voz grabada no la reconocemos? Primero, porque nuestra voz la oímos desde fuera, ya que nuestros oídos la recogen, pero también desde dentro, a causa de la resonancia interna. Y cuando la oímos grabada ocurre como con el espejo, el sonido grabado pierde frecuencias: no es exactamente igual al real.
Mente. Nos vemos mejor de lo que somos
“Para la creación de la propia imagen utilizamos la información. Cuanta más información objetiva tengamos, más próxima a la realidad será la percepción que tenemos de nosotros mismos”, explica el psicólogo Jesús Sanz. Pero ya hemos visto que, para empezar, la información de nuestra naturaleza física que nos llega no es exacta. Y lo mismo ocurre con el resto de datos. Esa distorsión entre lo que somos realmente y lo que creemos que somos parece tener una causa adaptativa.
“Si no creyéramos que somos más listos, más trabajadores, con más suerte, etc., dejaríamos de hacer muchas cosas”, asegura Sanz. El alejamiento entre la realidad y nuestra percepción no es enorme. “Nos vemos un poquito mejor”, dice Sanz. Cuando esa distancia se hace muy grande, aparecen las patologías.
Esa idea de que nos vemos un poco mejor de lo que somos es muy nueva en el campo de la psicología. Durante cientos de años, los filósofos pensaron que la propia imagen se ajustaba mucho a la realidad. Pero a principios del siglo pasado las cosas cambiaron. Uno de los primeros que observó que aquello no era cierto fue Sigmund Freud. El psiquiatra vienés estaba convencido de que la imagen que cada uno tiene de sí mismo no se corresponde con la realidad, sino que está influida por diversos hechos; entre ellos, la experiencia previa. La corriente mayoritaria entre los pensadores fue que las personas se veían un poco peor de lo que realmente eran. Pero en los últimos años, otra teoría –esa que afirma que nos vemos como con cristales de color rosa– se ha ido abriendo paso poco a poco.
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