Las 48 leyes del poder. Ley 29 PLANIFIQUE SUS ACCIONES DE PRINCIPIO A FIN
En 1863, el primer ministro prusiano Otto von Bismarck hizo un análisis del tablero de ajedrez del poder europeo en aquel momento. Los principales protagonistas en escena eran Inglaterra, Francia y Austria. Prusia no era más que uno de los estados de la no muy unida Federación Germánica. Austria, el miembro dominante de la Federación, hacía lo posible para que los demás estados alemanes siguieran siendo débiles, divididos y sumisos. Bismarck creía que Prusia estaba destinada a ser algo más que un simple lacayo de Austria.
Por lo tanto, jugó de la siguiente manera: como primer paso, inició una guerra con la humilde Dinamarca, a fin de recuperar las tierras de Schleswig-Holstein, que antes habían pertenecido a Prusia. Sabía que esos amagues de independencia prusiana podían preocupar a Francia e Inglaterra, de modo que comprometió a Austria en la guerra, con la excusa de que recuperaría Schleswig-Holstein para beneficio de ese estado. A los pocos meses, una vez ganada la guerra, Bismarck exigió que las tierras recuperadas fueran incorporadas a Prusia. Los austríacos, por supuesto, se pusieron furiosos, pero luego cedieron: primero aceptaron ceder Schleswig, y un año después vendieron Holstein a los prusianos. El mundo comenzó a ver que Austria se debilitaba y que Prusia ascendía.
El paso siguiente de Bismarck fue el más audaz: en 1866 convenció al rey Guillermo de Prusia de retirarse de la Federación Germánica y, al hacerlo así, declarar la guerra a la mismísima Austria. La esposa del rey Guillermo, su hijo, el príncipe heredero, y los príncipes de los demás reinos alemanes se opusieron con vehemencia a semejante guerra, pero Bismarck, impertérrito, logró forzar el conflicto, y el ejército prusiano, muy superior, derrotó a los austríacos en la brutal y breve guerra de las Siete Semanas. El rey y los generales prusianos querían marchar sobre Viena y anexionarse la mayor cantidad de tierras posible. Sin embargo, Bismarck los detuvo, al presentarse de pronto, como partidario de la paz. Como resultado, logró firmar con Austria un tratado que concedía total autonomía a Prusia y a los demás estados alemanes. Con esto consiguió que Prusia pasara a ser el poder dominante en Alemania y cabeza jefe de la recién formada Confederación Germánica del Norte.
Los franceses y los ingleses comenzaron a comparar a Bismarck con Atila y a temer que planeara dominar otras partes de Europa, pues una vez que hubiera emprendido sus campañas de conquista, no habría forma de saber cuáles serían sus siguientes objetivos. Y, en efecto, tres años más tarde Bismarck provocó una guerra con Francia. En un principio pareció acceder a que Francia se anexionara Bélgica, pero en el último momento cambió de idea. Jugando al gato y al ratón, enfureció al emperador francés, Napoleón III, y predispuso a su propio rey contra los franceses. Nadie se sorprendió cuando, en 1870, estalló la guerra entre ambos países. La nueva Federación Germánica se unió con entusiasmo a la guerra contra Francia, y una vez más el aparato militar prusiano y sus aliados lograron destruir al ejército enemigo en cuestión de meses. A pesar de que Bismarck se opuso a la anexión de territorios franceses, los generales lo convencieron de que Alsacia-Lorena pasara a formar parte de la Federación.
Ahora toda Europa temía el próximo paso que daría el monstruo prusiano, liderado por Bismarck, el "Canciller de Hierro". De hecho, un año más tarde Bismarck fundó el Imperio alemán, cuyo emperador era el rey de Prusia; Bismarck fue nombrado príncipe. Entonces sucedió algo extraño: Bismarck no instigó más guerras. Y mientras las otras potencias europeas establecían colonias en otros continentes, él fijó límites muy estrictos para Alemania en ese aspecto. No quería más tierras para Alemania, sino seguridad. Durante el resto de su vida luchó por mantener la paz en Europa y evitar nuevas guerras. Todo el mundo supuso que Bismarck habría cambiado, que se había tornado más blando con el paso de los años. Lo que no comprendieron era que ése había sido el objetivo final de su plan original.
Las 48 leyes del poder. Ley 29 PLANIFIQUE SUS ACCIONES DE PRINCIPIO A FIN
Hay una razón muy sencilla por la cual la mayoría de los hombres nunca saben cuándo ceder en su ataque: no tienen una idea concreta de su objetivo. Una vez que obtienen una victoria, ansían obtener otras más. Detenerse -apuntar hacia un objetivo y luego atenerse a él- casi no parece humano. Sin embargo, nada es más esencial para obtener y conservar el poder. La persona que va demasiado lejos en sus triunfos genera una reacción que de manera inevitable conduce a la decadencia o la caída. La única solución consiste en planificar a largo plazo. Es necesario prever el futuro con la misma claridad con que lo hacían los dioses del monte Olimpo, que miraban a través de las nubes y veían el final de todas las cosas.
Desde el primer momento de su carrera política, Bismarck tuvo un solo objetivo: formar un Estado alemán independiente, liderado por Prusia. Instigó la guerra con Dinamarca no para conquistar territorios sino para exacerbar el nacionalismo prusiano y unir al país. Incitó a la guerra con Austria sólo para ganar la independencia prusiana. (Por ese motivo se negó a anexionarse territorios austríacos.) Y fomentó la guerra con Francia para unir los reinos alemanes contra un enemigo común y, de esa forma, prepararlos para la formación de un imperio alemán unido.
Una vez logrados estos objetivos, Bismarck se detuvo. Nunca permitió que los triunfos se le subieran a la cabeza, nunca le tentó el canto de sirena de pretender más. Sostuvo con firmeza las riendas del imperio, y cuando los generales, o el rey, o el pueblo prusiano exigían nuevas conquistas, los frenaba. No permitiría que nada arruinara la belleza de su creación, y por cierto no permitiría que una falsa euforia impulsara a quienes lo rodeaban a intentar ir más allá del objetivo final que él había planeado con tanto cuidado.
La experiencia nos demuestra que, si uno prevé de lejos los objetivos que quiere alcanzar, es posible actuar con rapidez cuando llega el momento para hacerlos realidad. Cardenal Richelieu
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