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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Fouché, el genio tenebroso

Estrategias de Occidente > Genios de la Estrategia

Pocas obras biográficas tendrán la capacidad de estremecer tanto al lector como la de José Fouché; no tanto por sus vivencias, que ahora son parte de la historia, como por la efectividad que este individuo logra por medio de la tergiversación de valores éticos y morales. Esta "sostenida práctica de la maldad" puede ser la razón por la cual nadie más, aparte de este autor, ha escrito en forma tan detallada sobre este personaje. Así lo destaca, en la introducción de su libro el mismo Stefan Zweig, con cierto grado de sorpresa, refiriéndose a la obra "Un Tenebroso Asunto", de Honorato de Balzac, quien siendo uno de los principales escritores de la época, se refiere a Fouché sin descuentos moralistas. Lo analiza desde el punto de vista político, y asegura que este "genio peculiar" fue "el único ministro que tuvo Napoleón".

José Fouché nació el 21 de mayo de 1759, en Le Pellerin, Francia. Hijo y descendiente de marineros y mercaderes, se esperaba que siguiera con la tradición de familia, pero las características físicas con las que Zweig describe al desvalido José, inducen a pensar que para sus padres fue una verdadera preocupación el futuro de este frágil niño; en particular, en tiempos en los cuales quienes pertenecían al Tercer Estado, únicamente estaban en capacidad de heredar a sus hijos la enseñanza del oficio del cual la familia vivía. Cuando esto no era posible, la alternativa era la vida conventual, y Fouché no escapó de esta práctica. Ingresó como clérigo en el seminario de los oratorianos, después de haber cursado sus estudios de primaria y secundaria en el colegio de la misma Orden.

Para quienes cuentan con una vocación religiosa, el silencio y la soledad del claustro representan el éxtasis (para entender esta experiencia basta leer a San Juan de la Cruz), pero cuando ese llamado interior no existe, la reclusión debe convertirse en un verdadero infierno. La obra no ofrece mayores detalles sobre el estado anímico de Fouché durante los diez años de permanencia en el convento, pero establece que contrario a las prácticas de la Orden este clérigo no hace votos perpetuos, evidencia incuestionable de que no tenía vocación para la vida religiosa.

Zweig dice que Fouché, al igual que los demás sacerdotes, se condujo acorde con las normas rígidas del convento bajo el mandato de vivir la pobreza, la castidad y la obediencia. Irónicamente, es a través de la práctica de estas virtudes, que aprendió el arte de callar, la ciencia magistral de ocultarse a sí mismo, la habilidad para observar y conocer el corazón humano. Es, asimismo, en esos largos años, en esa continua lucha contra las propias pasiones, cuando llegó a adquirir la disciplina del autodominio férreo, para - entre otras cosas -, no revelar nunca los sentimientos personales y ocultar la vida privada.

José Fouché, para ese entonces, era profesor de Física y Geometría y se mantenía muy bien informado sobre los nuevos descubrimientos, cosa que lo hacía ser muy bien recibido en las actividades intelectuales que se llevaban a cabo en las plazas o en pequeños cafés de la ciudad. Poco tiempo después, animado por el entusiasmo existente por todo lo intelectual, se integró al grupo de los "Rosatis" formado por gente que gustaba de las veladas culturales y al cual también pertenecían Robespierre, Marat y Carnot.

Sin embargo, la efervescencia causada por los acontecimientos de la Revolución desvió el interés de los intelectuales hacia la política, y el discurso que se comenzó a escuchar ya no obedecía a las rimas o a la narrativa, sino que translucía un gran contenido político. Fouché se sentía atraído por la dinámica de este ambiente mundano-revolucionario que ofrecía grandes posibilidades de protagonismo, y que, además, lo hacía sentirse exitoso entre la gente. Al cumplir los treinta años, después de una década de entrenamiento dentro del convento, dio la espalda al pasado y abandonó intempestivamente la vida religiosa para dedicarse a la política.

Dos semanas más tarde de haber dejado la Orden de los Oratorianos, Fouché era el presidente de una asociación denominada "Amigos de la Constitución", y dos años después fue elegido Diputado de la Convención por el Departamento del Loira inferior.

Oportunismo y guillotina
A partir de este momento, el "Genio Tenebroso", sin escrúpulos ni ideología, comenzó a poner sus dotes de gran político al servicio de sus intereses personales, y a través de sus continuos actos maquiavélicos logró desencadenar una serie de hechos que posteriormente cambiaron el rumbo de la historia y afectaron la vida de miles de personas. Basta decir que un año más tarde, en 1793, después de haber comprometido su palabra para pedir clemencia para el Rey, esperó ser el último en votar en la Asamblea de los Estados Generales para alinearse con la mayoría, aunque su voto significara contribuir a la decapitación de Luis XVI.

Maestro en la traición y con la naturaleza escurridiza de reptil, Fouché supo siempre aprovechar las ocasiones que se le presentaron para demostrar sus grandes habilidades de conspirador y eliminar a aquéllos que significaron un obstáculo para sus fines. Sólo así se explica que en una época de tantos cambios radicales, en la cual se guillotinó a muchos personajes famosos y no famosos, haya logrado mantenerse a flote en el medio político durante 18 años (con excepción de algunos períodos). Hay que decir que para lograr esta hazaña recorrió todo el espectro político, y que cuando cumplió cuarenta y dos años había sido juramentado cinco veces, bajo diferentes regímenes.

Dio inicio su carrera como diputado aparentando ser moderado, sabía que sus paisanos no aprobaban las posiciones radicales de algunos fanáticos de la revolución; la clase trabajadora de Nantes consideraba suficientes los logros obtenidos y no daba muestras de querer ir más allá. Fouché, acorde con la mayoría de habitantes su región, se manifestaba como un fiel defensor de la propiedad, del comercio y del respeto a las leyes. Asimismo, hasta ese momento, se mostraba en contra de la ejecución del Rey, y durante la Asamblea de los Estados Generales comprometió su voto a los girondinos (moderados) para evitar que Luis XVI fuese decapitado. Esa era la voluntad de su gente. Pero, encontrándose en París, en medio de otra gente, la cosa cambió. Como buen oportunista, no quería arriesgar nada, su ideología era siempre la de "la mayoría", y al ver que la mayor parte de los diputados estaban a favor de hacer rodar la cabeza coronada, cuando llegó su turno, también pronunció la sentencia: "La mort".

Después de este insólito cambio, Fouché dio un giro radical hacia la izquierda, ubicándose con los jacobinos, que en ese momento dominaban para acabar con los moderados. Se tomó muy en serio su papel, y en 1793 redactó la "Instrucción de Lyon" y se presentó como el primer comunista de la revolución. Además, se declaró ateo, mandó a la guillotina a cuantos consideró que podían ser peligrosos, quemó iglesias, se mofó de los religiosos, fusiló a cañonazos a los sospechosos de conspirar contra la república, y todas estas hazañas le hicieron sentir que el camino al poder estaba ya marcado y que contaba con el suficiente talento y astucia para seguir sumando victorias. Traza sus planes para el futuro, pero se da cuenta que había alguien, en París, que le estorbaba, Maximiliano de Robespierre, su compañero en los "Rosatis" y en la Convención de los Estados Generales, quien cegado por sus sueños ideológicos, se mostraba implacable para guillotinar a quienes no se ceñían a los rígidos dogmas de su doctrina purista.

Fouché vio un peligro en él. Temía que en cualquier momento Robespierre no aprobara sus actuaciones y lo ejecutara; sabía que para evitar que su cabeza rodara, tenía que adelantársele, deshacerse de él cuanto antes. Para esto se trasladó a París y comenzó el más fino trabajo de conspiración e intriga, visitando uno por uno a los diputados que sabía temerosos, haciéndoles creer que sus nombres estaban incluidos en la lista de la nueva depuración que llevaría a cabo el "Incorruptible Robespierre". No dejó a nadie sin zozobra, se movió de un lado a otro, silenciosamente en la oscuridad. Después de haber logrado crear un ambiente de terror y de paranoia, se unió a los moderados para provocar el golpe de estado de Termidor (1794), el cual resultó exitoso, y con esto logró reunir los votos para ejecutar a Robespierre.

El poder del dinero

Después del período anterior, José Fouché pasó un tiempo en el anonimato, pero al entrar en escena Napoleón Bonaparte, éste supo apreciar sus grandes cualidades para descubrir conspiraciones y movimientos secretos de todo género; y en 1799, fue nombrado ministro de policía, cargo que desempeñó con mucha efectividad. Este puesto lo puso en contacto directo con la nobleza, el clero y la clase adinerada; y le dio la oportunidad de descubrir el poder del dinero y la facilidad con que se abren las puertas cuando se forma parte de la nobleza. Conociendo muy bien la ambición de Napoleón, lo ayudó a proclamarse emperador a cambio de ser nombrado senador y además obtener riquísimos donativos. Años después fue nombrado conde de Otranto y luego Duque.

Más tarde, después de la derrota de Napoleón en Waterloo, convencido de que la estrella napoleónica declinaba, facilitó la entrada de Luis XVIII a Francia para restaurar la monarquía, pero cometió la torpeza de aceptar el cargo de ministro de la corona durante la Restauración, cosa que horrorizó al resto del gabinete, quienes veían en él un regicida.

Repitiendo sus mismas palabras, este hecho: "Fue peor que un crimen, fue una equivocación", acción que culminó con su destierro definitivo.

Murió en Trieste, el 26 de diciembre de 1820, olvidado por todos, pero a través de su ejemplo cobra vigencia el pensamiento magistral de Stefan Zweig, que dice: "En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles, en las figuras de segundo término".

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