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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Se acabó la prisa. Llega la cultura de ir despacio

Liderazgo y rendimiento > Rendimiento > Rendimiento. Desarrollo personal

Una nueva revolución se está gestando en el planeta: la de quienes se sienten oprimidos por la tiranía del reloj y reivindican el derecho a no vivir bajo un estrés permanente

"La vida es aquello que se nos escapa mientras estamos ocupados en otras cosas.” Lo dijo John Lennon y, sin saberlo, estaba describiendo una nueva enfermedad que los médicos llaman “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness syndrome).

Los pacientes padecen auténtica angustia por la falta de tiempo para hacer frente a sus obligaciones, y acaban posponiendo de manera casi perpetua su ocio y su descanso. Se calcula que en el mundo desarrollado cuarenta de cada cien personas lo padecen.



Tiranía del nanosegundo
Un estudio de Jeremy Rifkin, presidente de la Fundación de Tendencias Económicas de Washington, asegura que vivimos atrapados en “la cultura del nanosegundo”. Y advierte sobre un nuevo concepto que define nuestra frontera temporal: 24/7, actividad frenética las veinticuatro horas siete días por semana. Y el catedrático de Medicina Larry Dossey habla de la time sickness, la enfermedad del tiempo.

Pero ya existe un movimiento de resistencia activa contra la tiranía del reloj, que aboga por reconducir nuestra vida hacia un ritmo más pausado y humano. Sus líderes de opinión son filósofos y cardiólogos que denuncian lo perjudicial que nuestro ritmo de vida resulta para la salud. Hay incluso psicólogos que formulan tesis muy audaces, según las cuales nuestra inteligencia crece cuando pensamos menos… y más lentamente.

En su libro
Cerebro de liebre, mente de tortuga, el psicólogo Guy Claxton distingue tres niveles de pensamiento en función del ritmo al que funcione la mente; que, según él, puede hacerlo a tres velocidades distintas. La primera modalidad, y también la más rápida, se produce en situaciones que requieren una respuesta inmediata del cerebro, como ocurre al enfrentarnos a un peligro.

La segunda, que el autor llama modalidad D (Deliberada), sería la que comúnmente se identifica con el “intelecto”; o lo que es lo mismo, la capacidad para interpretar datos. La velocidad es clave en su funcionamiento, ya que, a mayor rapidez para comprender y asimilar información, se considera que existe una mayor capacidad intelectual.



La mente tortuga
Pero la sorpresa se produce cuando Claxton asegura que la tercera modalidad de pensamiento, precisamente la más lenta, es la más trascendental. Se relaciona con los aspectos ociosos y lúdicos de la vida, y con la creatividad. Pero el autor va más lejos, y explica que está relacionada con la evolución personal, que nos ayuda a romper prejuicios y esquemas mentales preestablecidos.

Según Claxton, la modalidad Deliberada trabaja con conceptos claros y se sustenta en un lenguaje explícito y contundente. En cambio, el modo “lento” opera a nivel casi inconsciente: la mente trabaja con conceptos vagos y abstractos, explorando sin saber con qué va a encontrarse. Pero, para desarrollarla, se necesita intuición, tranquilidad… y tiempo, mucho tiempo. Algo que no sobra en una sociedad que, según el autor, sólo premia aquellas formas de pensamiento que sirven para alcanzar conocimientos inmediatos. De esta manera, lo que se ha conseguido es crear una “psicología de la velocidad”.

Otra víctima de la “cultura de la rapidez” es el corazón. El efecto casi inmediato de vivir bajo la presión de la falta de tiempo es el estrés, y según Francisco Bossas, cardiólogo del Hospital de La Laguna: “Es innegable la relación entre el estrés y la vida acelerada, y el riesgo de infarto”. El estrés aumenta la secreción de un tipo de hormonas llamadas catecolaminas. Cuando su nivel es excesivo, se producen taquicardias, y hay riesgo de sufrir un síndrome coronario agudo.



Ciudades lentas
El movimiento “antiprisas” nació en 1986, en Roma, en protesta contra la apertura de un restaurante de comida rápida junto a la escalinata de la monumental Plaza de España. Adoptaron el nombre de Slow Food (comida lenta), y se propusieron como objetivo disfrutar, a paso lento, del buen comer. Actualmente, esta asociación tiene sesenta y cinco mil miembros en cuarenta y dos países.

Pero el movimiento tenía metas más elevadas. Por eso, crearon un nuevo concepto, las Slow Cities (ciudades lentas). Lo que proponen es crear un nuevo modelo urbano en el que haya más espacio para pasear, más zonas verdes, que se eliminen las grandes vallas publicitarias que resulten antiestéticas y los letreros de neón, y que se prohíba circular a más de 20 km/h. Bra, una localidad italiana de aproximadamente quince mil habitantes, fue la pionera de este experimento. Posteriormente, el modelo se ha implantado con éxito en otras treinta y dos villas del país.

El logotipo que distingue a estas localidades “tranquilas” es la imagen de un caracol que va conduciendo un automóvil. Pero para que una ciudad goce de la categoría slow debe ser revisada periódicamente por ciertos inspectores, que son los encargados de certificar que sus características “lentas” se mantienen.



Colegios sin timbres
El movimiento propugna también la creación de Slow Schools (colegios lentos), en los que se abogue por una enseñanza sin competitividad, sin masificar y con tiempo de sobra para el aprendizaje. Se trata, según George Ritzer, ideólogo del movimiento, de combatir la McDonalización del sistema educativo.

“Los principios de las empresas de comida rápida: eficacia, predicción y control, se aplican en la enseñanza”, explica. “La tiranía del reloj impregna el sistema escolar. Una clase debe acabar con el sonido de un timbre, sin importar que los alumnos necesiten más tiempo para comprender un tema.”

La Slow School propone crear un nuevo sistema en el que el horario de las clases sea más flexible, sujeto a las necesidades de los alumnos, y donde los estudiantes dispongan incluso de huertos para cultivar sus propios alimentos. El modelo que pretenden seguir es el de la Martin Luther King School de Berkeley, California, con mil alumnos.

En una línea más exótica está el Slow Sex (sexo lento), un grupo que mezclando orientalismo e ideología new age, propugna tomarse el sexo con calma y serenidad.



En busca del tiempo perdido
Más seria parece Take back your time (recupera tu tiempo), creada por Carl Honoré, un periodista “ex adicto a la prisa”. Desde hace cuatro años, celebran la Conferencia del Tiempo, y han enviado una propuesta al Congreso de los Estados Unidos para que el 24 de octubre sea el “Día Oficial Sin Relojes”.

Objetivos muy similares son los que persigue la Sociedad para la Deceleración del Tiempo, cuyo lema es: “Un tiempo para todo, y todo en su tiempo correcto”. Cuenta con más de setecientos socios, que elevaron una petición al Comité Olímpico para que premiara con medallas a los atletas que realizaran las marcas más lentas. Estos activistas, reloj en mano, detienen incluso a cualquiera que recorra cincuenta metros en menos de treinta segundos, para preguntarle la causa de tanta prisa.

Como se ve, las propuestas que integran el movimiento antiprisa son innumerables. Algunas son imaginativas, como la de la Fundación por un Largo Ahora (The Long Now Foundation), que está construyendo un reloj de dos metros y medio de alto que funcionará con tecnología de la edad de bronce, y que se colocará en una montaña para guardar simbólicamente la hora durante diez mil años.

Por el contrario, otras son mucho más disparatadas, como las que sostiene en España la Asociación para la Liberación del Tiempo y de su Ordenamiento, que propone eliminar la semana laboral y acabar con los cambios de hora. “Relájate de la acupuntura de las agujas del reloj”, proclaman. ¿Les haremos caso?

Fuente: Revista Quo

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