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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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La auténtica Cleopatra

Estrategias de Occidente > Genios de la Estrategia

Cleopatra ha pasado a la historia como una mujer bella, seductora y frívola.

Pero la imagen no se ajusta a la realidad: no fue tan guapa, pero sí cultivada e inteligente y, sobre todo, consciente de la complicada situación política que le tocó vivir.

Definir la personalidad de Cleopatra VII, (Alejandría, 69-30 a. de C.), es difícil por la descarada intromisión de una propaganda hostil en los testimonios de que disponemos y por la creación de un mito alrededor de su figura que ha deformado por completo el personaje real.


Cleopatra. Pintura de Alma Tadema

La imagen legendaria procede del relato del escritor griego Plutarco y de su posterior recreación por William Shakespeare, y desemboca en las modernas versiones novelescas y cinematográficas. Su exótica belleza, su poderosa capacidad de
seducción, sus apasionados amores con Julio César (100-44 a. de C.) y Marco Antonio (83-30 a. de C.), sus deslumbrantes apariciones y la historia truculenta de su suicidio final constituyen los principales ingredientes. Pero a su lado se vislumbra también el retrato, quizá menos espectacular, de la mujer de carne y hueso, con su célebre nariz torva, mucho menos agraciada de lo que se la había imaginado, pero no menos astuta, cultivada e inteligente. La última reina de Egipto fue consciente de las obligaciones que tenía hacia su país, y le tocó en suerte vivir un momento determinante de la historia.

La última reina de Egipto
Cleopatra fue la última representante de la dinastía tolemaica, que dominó Egipto durante casi 300 años. Los Tolomeos, pese a ser herederos de Alejandro Magno, y por tanto macedonios, se presentaron ante sus súbditos como los descendientes legítimos de la milenaria realeza egipcia. Así se representaron en los templos y monumentos conmemorativos, y por eso continuaron con los cultos y las tradiciones de la realeza faraónica.

Cleopatra fue la séptima reina de Egipto con este nombre, ejerció un destacado papel político y supo ganarse el afecto de la población. Algunos documentos representaron a la reina como la legítima heredera de sus antepasados egipcios y macedonios, engalanada con los atributos tradicionales de los faraones, y como la protectora de su país y de sus gentes. Se la denominó incluso "la que ama a la patria", reflejando un amor por Egipto que no había manifestado ninguno de sus antecesores, quienes ignoraron incluso la lengua de sus súbditos. Estas pretensiones propagandísticas resultan avaladas por una modesta estela del año 30 a. de C., en la que unos tejedores designan orgullosamente a su soberana como "la madre de reyes, la reina de reyes y la más joven diosa".

Al igual que sus precursoras, no dudó en ejercer el poder efectivo cuando sus esposos o hijos se mostraron incapaces o fueron desacreditados. Compartió el trono con su hermano y marido, Tolomeo XIII, siguiendo una costumbre faraónica que fue seguramente mal interpretada. Pronto surgieron disensiones entre ellos, alentadas por las ambiciones de las camarillas reales que ejercían el poder. La guerra civil se saldó con la victoria de Cleopatra, ayudada por Julio César. De nuevo hubo de compartir la realeza con su hermano más pequeño, Tolomeo XIV, del que se deshizo más tarde a la vista del peligro que representaba para sus propias aspiraciones y las del hijo que había tenido con César, Cesarión, cuya aparición trastornó la escena política egipcia. Sin embargo, la inevitable injerencia romana condicionó de forma definitiva la vida de la reina y el destino de su país.


Cleopatra

La fuerza de Roma
El contexto político en que se movió Cleopatra era ya casi exclusivamente romano. Roma supo dosificar hábilmente sus enfrentamientos con los reinos helenísticos impidiendo la formación de una coalición en su contra que podría haber resultado fatídica para sus intereses. Egipto fue una de las piezas clave de esta estrategia. La intromisión romana en los asuntos de Egipto fue una constante para bien y para mal. El propio padre de Cleopatra, Tolomeo XII, un rey incompetente, denominado por sus súbditos el Flautista (Auletes), tuvo que poner los recursos del país en manos de Roma para afianzarse en el poder.

Para sobrevivir políticamente Cleopatra tuvo que contar con la colaboración de Roma y con su asentimiento. Su alianza con Julio César y después con Marco Antonio se explican desde esta perspectiva con independencia de los recursos que Cleopatra utilizó para llevarlas a cabo y de la posible interferencia de sentimientos que resultan difíciles de valorar. La activa participación de la reina en los enfrentamientos internos de Roma, primero al lado de César y después de Marco Antonio, fue criticada por su principal adversario, Octavio (63 a. de C.-14 d. de C.), que resultó vencedor en la batalla final de Accio en el 31 a. de C. Además, el ensayista griego Plutarco (46-125 d. de C.) y el historiador y político romano Dión Casio (150-235) relataron escenas sorprendentes, como la aparición de Cleopatra ante César envuelta en una alfombra o la de su llegada en barco a Tarso junto a Marco Antonio como si fuera la mismísima Afrodita, que transmitieron el dramatismo emocional de sus complicadas relaciones amorosas. Lo cierto es que Cleopatra jugó sus cartas con inteligencia en una partida que no admitía otros compañeros. Solo la consolidación de sus dominios y el refuerzo de su posición diplomática podían garantizar su supervivencia. Lo intentó por todos los medios tratando de aprovechar las debilidades de la convulsionada política interna de Roma, pero fracasó en sus tentativas.


Cleopatra interpretada por Elizabeth Taylor


Las claves de la leyenda
La imagen de Cleopatra que transmiten las fuentes clásicas es la de una auténtica mujer fatal que utilizó sus encantos para seducir y conducir a la perdición a dos dirigentes romanos. Fue la encarnación femenina de Oriente, caracterizada por la depravación moral, la riqueza estrafalaria y la ambición desmedida de monarcas despóticos que querían someter un Occidente, representado ahora por Roma, en el que primaban las cualidades contrarias, la moral, la austeridad y la justicia.

La victoria de Octavio, nombrado Augusto (sinónimo de "emperador") por el senado romano en el 27 a. de C., se transformó en el triunfo sobre la perfidia y la perversidad orientales personificadas por la reina egipcia. Cleopatra se había entrometido peligrosamente en los asuntos internos de Roma y su presencia incomodaba al nuevo emperador, manchando la memoria de su padre adoptivo ( Julio César) y recordando el triste pasado de las guerras civiles. Emergió así el prototipo inigualable de la mujer seductora, exótica, extravagante y extremadamente peligrosa. Este modelo fue acentuado todavía más en novelas decimonónicas, como la de Henry Rider Haggard (Cleopatra, 1889), y en películas como las interpretadas por Claudette Colbert, incitada en 1934 a convertirse por el director Cecil B. De Mille en "la mujer más malvada de la historia", y por Elizabeth Taylor, calificada en 1963 como "una auténtica Cleopatra" por sus turbias relaciones con su compañero de reparto Richard Burton.

Fuente:
Javier Gómez Espelosín, Universidad de Alcalá de Henares.
Revista Clío

Bibliografía
- CHAUVEAU, M., Cleopatra, Alianza, 2000.
- FLAMMARION, E., Cléopâtre, vie et mort d¿un pharaon, Gallimard, 1993.
- GRANT, M., Cleopatra, Phoenix Press, 1972.
- HAGGARD, H.R., Cleopatra, Obelisco, 1987.
- WHITEHORNE, J., Cleopatras, Routledge, 1994.


Filmografía:
- Cleopatra. Joseph L. Mankiewicz, 1963.
- Cleopatra. Cecil B. De Mille, 1934.

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