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EL ARTE DE LA ESTRATEGIA

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Las 48 leyes del poder. Ley 25 REINVENTESE CONSTANTEMENTE

Estrategias de Occidente > Las 48 leyes del poder. Robert Greene > Las 48 leyes del poder. Robert Greene 25-36

No acepte los papeles que la sociedad le ha endilgado. Fórjese una nueva identidad que atraiga la atención y nunca aburra al público.

Sea el dueño de su propia imagen, en lugar de permitir que otros la definan por usted. Incorpore elementos dramáticos en sus gestos y acciones públicas, y su poder se verá reforzado y su personalidad crecerá en forma asombrosa.


Las 48 leyes del poder. Ley 25 REINVENTESE CONSTANTEMENTE. Julio César


Julio César hizo su primer impacto importante en la sociedad romana en el año 65 a.C., cuando asumió el cargo de edil, el funcionario encargado de la distribución de granos y de los juegos públicos. Comenzó a captar la atención del pueblo al montar una serie de espectáculos oportunos y bien organizados, cacerías de fieras salvajes, exhibiciones de gladiadores, concursos teatrales. En más de una ocasión financió esas actividades de su propio bolsillo. Para el pueblo, Julio César quedó indeleblemente vinculado con esas atracciones. A medida que fue ascendiendo hasta alcanzar la posición de cónsul, su popularidad entre las masas le sirvió como basamento para su poder. Se había creado la imagen del gran hombre de los espectáculos públicos.

En el año 49 a.C., Roma se hallaba al borde de la guerra civil entre dos líderes rivales: César y Pompeyo. En el apogeo de la crisis, César, adicto a las artes escénicas, asistió a una función teatral, y después, ensimismado en sus pensamientos, se dirigió en medio de la oscuridad hacia su campamento, situado junto al Rubicón, el río que separaba a Italia de Galia, donde había estado de campaña. Llevar a su ejército de regreso a Italia, cruzando el Rubicón, significaría el comienzo de una guerra con Pompeyo.

César presentó las alternativas ante su estado mayor, y defendió cada opción como un actor en escena, un verdadero precursor de Hamlet. Por último, para finalizar su soliloquio, señaló hacia una figura ubicada junto a la orilla del río -un soldado muy alto que hizo sonar su trompeta y luego comenzó a cruzar el puente sobre el Rubicón- y les dijo: "Aceptemos esto como una señal de los dioses y sigamos el camino que ellos nos indican, en venganza contra nuestros traicioneros enemigos. La suerte está echada". César habló de modo teatral y dramático, gesticulando en dirección al río y mirando a los hombres directamente a los ojos. Sabía que sus generales vacilaban en darle apoyo, pero su oratoria les hizo sentir el dramatismo de la situación y la necesidad de aprovechar la oportunidad. Un discurso más prosaico jamás habría surtido el mismo efecto. Los generales se plegaron a su causa, César y su ejército cruzaron el Rubicón y al año siguiente derrotaron a Pompeyo, tras lo cual César se constituyó en dictador de Roma.


Las 48 leyes del poder. Ley 25 REINVENTESE CONSTANTEMENTE. Julio César


En sus campañas militares, César siempre interpretó su papel de líder con gran vigor. Era un jinete tan consumado como cualquiera de sus soldados, y se vanagloriaba de superarlos en coraje y resistencia. Se lanzaba a la batalla montado en el caballo más grande y fuerte, a fin de que sus soldados pudiesen verlo aun en el fragor del combate, y los instaba a avanzar, se ubicaba siempre en el centro de la acción, como un símbolo divino de poder y un modelo que todos debían imitar. De todos los ejércitos de Roma, el de César fue el más devoto y leal a su líder. Sus soldados, al igual que el pueblo que había asistido a sus espectáculos, terminaron por identificarse con él y con su causa.

Después de la derrota de Pompeyo, los entretenimientos resurgieron en gran escala. Nunca antes se había visto algo semejante en Roma. Las carreras de cuadrigas se tornaron aún más espectaculares, y más dramáticas las luchas entre gladiadores, ya que César organizaba luchas a muerte entre la nobleza romana. Montó enormes batallas navales ficticias en un lago artificial. En todas las plazas romanas se representaban obras teatrales.

Se construyó un gigantesco teatro nuevo en las laderas de la Roca Tarpeya. Desde todo el imperio llegaban multitudes para presenciar los espectáculos, los caminos que conducían a Roma estaban flanqueados por las carpas de los visitantes. Y en el año 45 a.C., tras planear su entrada en la ciudad de modo tal que impresionara y sorprendiera al máximo, César llevó a Roma a Cleopatra, después de su campaña egipcia, y puso en escena atracciones públicas aún más extravagantes.

Todo esto era mucho más que un mero medio de entretener a las masas, esos espectáculos realzaban el carácter público de César y sobredimensionaban su figura. César era el artífice y dueño de su imagen pública, y la tenía presente en todo momento. Cuando aparecía ante las masas, vestía sus túnicas púrpuras más deslumbrantes. No toleraba que nadie le hiciera sombra. Era notoriamente vanidoso en cuanto a su aspecto físico, se decía que una de las razones por las cuales disfrutaba que el Senado y la gente le rindieran honores era que en esas ocasiones podía llevar en la cabeza una corona de laureles que disimulaba su calvicie. César era un maestro de la oratoria. Sabía hablar mucho sin decir nada e intuía cuál era el momento exacto para concluir un discurso de modo de obtener el máximo efecto. Nunca dejaba de producir alguna sorpresa en sus apariciones públicas: un anuncio inesperado que intensificaba el clima dramático.

Inmensamente popular entre el pueblo romano, César era odiado y temido por sus rivales. Durante los idus de marzo -el 15 de marzo- del año 44 a.C., un grupo de conspiradores, encabezados por Bruto y Casio, lo rodeó en el Senado y lo asesinó a puñaladas. Pero aun en su agonía César mantuvo el sentido de lo dramático. Se tapó el rostro con la parte superior de la túnica y se envolvió las piernas con la parte inferior de su vestimenta, de modo que murió decentemente cubierto. Y, según el historiador romano Suetonio, sus últimas palabras, dirigidas a su ex amigo Bruto cuando éste estaba a punto de asestarle una segunda puñalada, las pronunció en griego, como si las hubiese ensayado para el final de una obra teatral: "¿También tú, hijo mío?".


Las 48 leyes del poder. Ley 25 REINVENTESE CONSTANTEMENTE. Julio César


El teatro romano era un espectáculo para las masas, al que asistían multitudes, inimaginables hoy en día. En enormes recintos, el público se entretenía con comedias estridentes o se conmovía con grandes tragedias. El teatro parecía contener la esencia de la vida, en forma dramática y concentrada. Al igual que un ritual religioso, ejercía una poderosa e instantánea atracción en el hombre común.

Julio César fue quizá la primera figura pública en la historia en comprender la relación fundamental entre poder y teatro. Ello se debía a su obsesivo interés por todo lo teatral. Sublimó ese interés convirtiéndose él mismo en actor y director del escenario mundial. Pronunciaba sus frases como si formaran parte de un guión, gesticulaba y se movía entre las multitudes teniendo siempre presente cómo lo veía el público. Incorporaba elementos de sorpresa en su repertorio, daba un énfasis dramático a sus discursos, escenificaba todas sus apariciones públicas. Sus gestos eran ampulosos y elocuentes, para que el pueblo los comprendiera al instante. Llegó a ser inmensamente popular.

César estableció el ideal para todos los líderes y hombres de poder. Al igual que él, usted debe aprender a magnificar sus actos mediante técnicas dramáticas como la sorpresa, el suspenso, la generación de simpatía y la identificación simbólica. Además, igual que César, debe tener constante conciencia, de su público: qué cosas agradan y qué cosas aburren a los demás. Deberá ubicarse siempre en el centro de la escena, llamar la atención y nunca permitir que lo releguen a un segundo plano.

Sepa ser todo para todos. Un discreto Proteo, un intelectual entre intelectuales, un santo entre santos. En esto radica el arte de ganar la adhesión de todos, ya que nada atrae tanto como lo similar. Observe los distintos temperamentos y adecúese al de la persona que tiene enfrente, siga la corriente del serio y del jovial, cambiando con discreción de ánimo y modalidad. Baltasar Gracián

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